Hoy me he levantado con mi nuevo despertador, un perrito llamado Shih Tzu , que clava las horas y te despierta con un ligero lametón en las manos…que majo.
Ha llegado otro día de trabajo y mi mente no deja de pensar en la carnicería del amigo Cesáreo Gómez, y sus chuletones de buey gallego rubio, un manjar suculento por su sabor pero no tanto por su precio, unos 120 Euros el kg.
Ayer miércoles por la tarde pasé por su tienda. Nada mas entrar me hizo sentir muy feliz, ya que me tenia preparado ese gran manjar que iba a degustar. Lo cogí, lo lleve a casa y lo metí en el frigorífico. Seguidamente cogí la fregona y me dedique a limpiar los grandes charcos que se habían producido, de mi tanto babear.
Con las mismas, tras acariciar a mi famoso despertador , me pego una ducha, tomo un café, y me pongo el traje de faena. Cojo mi vehículo y me dirijo al trabajo sin dejar de pensar y desear que pasen los días, para adentrarme en el fin de semana, descansar y disfrutar de la buena barbacoa que tengo preparada.
Me aproximo a un semáforo, miro el reloj, levanto la cabeza y veo un Ferrari descapotable, conducido por un bigardo de unos dos metros, impoluto, con un traje perfecto y elegante, de la sastrería italiana de Brioni, considerado uno de los más caros del mundo. Reloj de lujo para bolsillos selectos, un Silverstone Chronograph de unos 6500 dólares, anillo de grandes dimensiones en su dedo anular, y un gran dedo, estilo bate de béisbol encajonado en su nariz.
Yo, no hacia nada más que mirar, y el tío, el muy guarro, no hacia nada más que amasar y amasar, movía el dedo de una forma extraordinaria, con tal sutileza y sigilo que la famosa pelotilla conseguía estructuras difícil de imaginar.
La técnica era depurada, parecía que estaba viajando mentalmente al ritmo que lo movía o que lo hacia de forma inconsciente, vamos, por costumbre.
Me hizo pensar que en su casa no se almorzaba, que su esposa le había echado de ella, o que era un postre que le interesa degustar.
El fenómeno seguía y seguía, lo cual parecía ser un habito común, daba la impresión de tener un master en la materia y muchos años de practica.
Tenía porras de boxeador al parecer de tanto indagar. Yo no lo quitaba ojo, no por degustar su manjar, si no por pensar en como un tipo con tanto dinero, no tenia un útil que le sacase los mocos sin ayuda de sus manos.
Después de tunearla, la saboreo y la lanzo a vuelo, con tal precisión que la dejo incrustada en un árbol. Además de pelotillero parecía se un buen lanzador de dardos.
Con las mismas el semáforo se puso en verde, el tío giro la cabeza, echo una leve sonrisa y salio chillando ruedas, dejándome clavado en el sitio con mi Seat 127, y haciéndome olvidar ese famoso chuletón de Buey de 750 gramos que mi mente saboreaba. ¡Que marrano!